¿A quién diablos se le habría ocurrido la brillante idea de decirle al director de la academia que él necesitaba “ayuda”? Era realmente molesto tener que asistir a un psicólogo justo cuando viene llegando al lugar, él, que estaba acostumbrado a no rendir cuentas a nadie de lo que hacía y de lo que no. Pensar en tener que hablar de sí mismo ante alguien que no lo conocía para nada, se le hacía una idea algo retorcida, y no le encontraba el sentido al asunto. Pero, aún así, no le quedó opción que asistir a la cita, después de todo, lo único que debía hacer era fingir que todo estaba bien en él, hasta sonreír si era necesario, ya convencería al psicólogo (que posiblemente sólo era un inútil bueno para nada que no tenía mejor pasatiempo que escuchar historias de los demás, probablemente ni vida tenía) de que todo en él iba de maravilla.
Abrió lentamente y de mala gana la puerta de la oficina del psicólogo, mientras que iba apareciendo en él una sonrisa cordial y una mirada amable y segura, todo con tal de librarse rápidamente de la situación.
-Buenas tardes… ¿Aquí es la oficina de psicología verdad? –preguntó quedándose en la puerta, esperando la respuesta del tipo envuelto de cuero que estaba al otro lado de la habitación, estaba seguro de que se había equivocado, así no podía lucir un psicólogo.